UN ÁTOMO DE LLUVIA
Si el primer intento fue imprudente el segundo fue descabellado. Y es que
el paso a paso de la seducción pierde siempre con el salto mortal del sexo
instintivo. De nada había servido el escarnio del reposo obligado a causa de la
fracasada conquista, ni las inspiradas palabras de amor como caricias del cielo
sobre la tierra que me había memorizado para decirle, ni el cálculo preciso del
tiempo impasible que me tomaría descorrerle el telón de sus bragas e ir
descubriendo el escenario de sus glúteos níveos, todo lo cual, lejos de serenar
mis impulsos, me había jugado en contra. Fue esto lo que me llevó en volandas a
intentar acceder por la retaguardia sin premeditación y con alevosía. Volví a
encaramarme sobre los endebles peldaños de mi escala de valores hasta que mi
heredad machista se apoderó nuevamente de mi escroto. Se dispararon
incontrolables las imágenes libidinosas de sus piernas abiertas en medio de las
cuales brillaban los pliegues secretos de su coño y las intimas tonalidades del
orificio anal entre sus nalgas. Entonces me empezó a temblar el pulso del pene
y como un ser independiente de mi control se desbocó por cuenta propia como un
geiser y eyaculó una cucharada de miel blanca que resbaló por la suavidad del
muslo femenino como un esquiador por la falda de las montañas. Ella sintió la
humedad como el átomo de una gota de lluvia. Otro intelecto mas que se
agigantaba, ¿será por eso que dicen que todas las mujeres son iguales?. No lo
se, pero esta también empujó muy suavecito la escalera con el índice y yo volví
a caer como caen los alpinistas, hecho un pequeño guijarro hipnotizado por el
vértigo de los precipicios. Y otra vez con la libido en cuarentena, los huesos
del erotismo hechos pedazos y el nivel de semen por las nubes, altísimo, por
allá donde el cerebro de las féminas vuela planeando sabiamente el espacio como
un águila en celo y la brutalidad masculina aletea con el desorden propio de
los buitres carroñeros.
Tomás Muller
alias El Tomi